Y por qué criticar estereotipos??

Recuerdo hace poco que sufrimos un apagón en el edificio (cosa rara en la zona donde vivo jajajaja) que provocó una plática interesante entre unos invitados que tuvimos la Werever y yo. Como buenos adictos a la merca y la publicidad salieron muchos temas a la luz de las velas que le daban un toque un poco cursi, romántico, pero como la mayoría era hombre, la homofobia nos invadió. Ya lo sé… qué mal.
Como buenos profesionistas, platicamos sobre el tema de cómo incluso en el argot de la merca y la publicidad suceden dos fenómenos muy peculiares pero comunes, los cuales nos hacen juntar más puntos al tan concurrido discurso del estereotipo de la gente creativa: nunca dejar de observar el comportamiento de la gente en todo momento y lugar aderezado con una interpretación de nuestro pueril conocimiento, y además, una sustancial curiosidad por entender el porqué de los comportamientos. Claro, también vivimos en el cliché de vestir chistoso y tener apariencia poco convencional. Es normal, pero sí, somos estereotipos.
Lo curioso fue que, comentando este tema surgieron muchas inquietudes como el del gay que corta el pelo, le gusta el teatro musical y tiene gatos (que resulta ser un estereotipo ya trillado porque sabemos que ha evolucionado a más detalles), o el de cómo hay ciertos lugares donde se les domina “secretarial” por el hecho de pensar que algunos oficinistas de bajo rango se juntan con sus superiores para convivir y malinterpretar si hay alguna relación extramarital. Bueno, solamente son ejemplos.
Sin embargo, uno de los que siempre se ha discutido ha sido el tema de la nueva palabra N, los americanos le dicen “The N Word” para referirse a los de raza negra como “Niggers”, lo cual es bastante hiriente, pero entre ellos sí se pueden llamar así. Por otra parte, la nueva palabra N para nosotros es la de “naco”. Es una evolución de la palabra totonaco que sugiere un apodo despectivo al indígena por la falta de recursos y el diferenciado gusto por comportarse. “Aparentemente hay una doble moral con nosotros” dice uno de mis compas, “porque todos tenemos un naco dentro, algunos más. Y aunque esté de moda comportarse como naco o declarar ser naco, al enfrentarse a que uno le llame naco, no resulta de buen gusto”. Es entonces que veo que sí, se parece a la “N Word” la “palabra con N”. Podemos llamarnos a nosotros mismos, o insultar pero no es lo que nos gustaría que nos llamaran otros.
Hace poco, uno de mis invitados me contaba la anécdota de cómo estaba en un barecito en la plaza de una pequeña ciudad en provincia, donde cenaba con sus amigos y anfitriones. Entonces, apareció una mujer de bajos recursos, despectivamente con cariño le llamaba “indita”. Y estaba vendiendo plumas de avestruz pintadas de colores. Mientras tanto, él llevaba un rato molesto porque junto a su mesa se encontraba un grupo de chicas de bastantes altos recursos aparentemente. Es decir, aparentemente, un estereotipo de fresas, hablando en voz alta y criticando a cual conocido tuvieran. Al acercarse al establecimiento, la vendedora, la veían con cierta repugnancia, contaba mi amigo. En ese, quisieron hacerle una mala pasada llamándola a la mesa mientras ella ofrecía a otras sus productos. Las chicas comenzaron a preguntarle por el precio y al sonar un precio tan razonable, quisieron comprar todas las plumas. La señora, sintió un tipo de maltrato. Entonces, dijo que no iba a venderles todas porque se iba a quedar sin qué vender. Francamente, no me quedó clara esa afirmación si la finalidad era ganar dinero. Pero al parecer, me explicaron que de alguna forma no sólo ir a vender implicaba sacar una suma por dicha venta, sino también recorrer y no perderse de un pequeño tour. Como parte del raciocinio del vendedor de pocos recursos sin preparación.
Las chicas comenzaron a comportarse de manera prepotente y comenzaron a insultarla. Fue entonces que salió una mesera que aparentemente conocía a la vendedora y tenían una amistosa relación desde hace tiempo. La señorita, delgada de baja estatura, tez oscura y dientes muy grandes, con un carácter servil y asustadizo, les pidió que por favor no hicieran alharaca de lo que sucedía y que por favor bajaran la voz. Una de las “chicas fresas” comenzó a gritarle tanto a la mesera como a la vendedora. Inmediatamente, le sugirieron que llamara al gerente por el mal trato que tenían en su local. No pasó ni un segundo más cuando salió el gerente, un joven adulto con mucho gel en el pelo, un poco ojeroso, con panza prominente y un acento foráneo (por qué no, otro estereotipo) y se armó la gorda.
La joven mesera trataba de explicarle a su superior sobre la situación mientras las clientas se manifestaban de manera cada vez más escandalosa. El gerente trataba de calmar la situación y cada vez la señorita intentaba hablar más alto para que lo escuchara defender a la vendedora. En ese instante, otra de las chicas se levantó y dijo “por qué no te compras una pinche vida y te largas, ¡jodida!”. Todos alrededor ya habían volteado a ver la situación y naturalmente se sentían incómodos. “Despida a este pinche naco, señor, o nos largamos”. El gerente del establecimiento comenzaba a exaltarse. Fue entonces, que decidió pedirles a su subordinado que se metiera y a la señora que si podía irse amablemente. Inmediatamente, la señora se había ido a paso redoblado y el joven se metió. Se les ofreció a las señoritas que si podían irse y sin pagar la cuenta.
Se levantaron inmediatamente de la mesa y tomaron sus cosas. Al momento de partir se voltearon a ver al gerente y una de aquellas chicas fresas le dijo, “ay, qué calidad de lugarsucho, métaselo por donde más le quepa”. Y otra remató a grito pelado, “pinches indios, los salvan los nacos, es romántico ver que el gato éste seguro la defiende porque se andan acostando”. Finalmente, la primera amenazó con decirle a su padre que cerraran al lugar por ser unos pelagatos sin educación.
Apenado el señor, pidió una disculpa al resto de la clientela. Comenzaron los murmullos y por ahí se oyó que la eran unas chicas que tenían fama de ser escandalosas y a pesar de tener un alto poder adquisitivo, no representaban la clase que presumían ser. Incluso, uno de los acompañantes de mi amigo conocía a la líder del grupo de malas clientas. Le comentó que es hija de un empresario de aquel lugar y que se sabía desde siempre que nunca fue su fuerte la amabilidad.
Al terminar de oír la historia de nuestro amigo, el resto de mis invitados y su servidor, carísimo lector, sentimos un tipo de enojo. No sabíamos qué decir más que “¡¡qué poca madre!!” No teníamos más en la boca y en la mente. Sin embargo, la historia no terminaba ahí. A las pocas semanas, se habían enterado aquellos compadres de mi amigo que la chica principal del grupo había sido secuestrada. Que aún no la encontraban y que posiblemente no la vayan a encontrar jamás. Se cree que el padre tenía malos nexos que pertenecen a un estereotipo recientemente odiado y temido en mi México. El estereotipo del buchón, el chaca, y otros más apodos.
Uno de mis invitados comentó que qué ironía, hablando de estereotipos. Todo estereotipo termina siendo atacado por otro que es más poderoso. Y siempre consiste en un resentimiento que pude ser que lleve mucho tiempo cocinándose en la cabeza del atacante: la chica fresa puede que no tuvo una infancia buena al ser olvidada por la familia, o el secuestrador que tuvo el resentimiento desde joven de no tener un poco de poder sino hasta ahora.
¡¡Qué difícil situación!! A veces da miedo pensar en que incluso en los estereotipos, el karma nos puede perseguir y cobrar una enorme. De la vendedora no se supo más, probablemente la mesera no volvió a trabajar ahí y el gerente probablemente no tuvo más clientela como acostumbraba.
Hoy me asusta un poco pensar qué podría atacar a un estereotipo como al que yo pertenezco. ¿Cuál podría ser ese victimario? De paso les dejo un análisis de mi ADN, a ver si encaja con mi estereotipo. Saquen el suyo.



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