Divina Tragicomedia

No hay mayor felicidad para un ser humano que tener la prueba viviente de su existencia y verlaandar de aquí para allá con los gestos de su cónyuge y los del mismo. Año con año va creciendo yva de ser una cosa encantadora, risueña, frágil y tan contagiosa de paz hasta que se convierte enun mentado puberto lleno de barros, nuevas vellosidades y palabras altisonantes disparadas como uncuerno de chivo patrocinado por los Arellano Félix. Mi viaje Alighieriesco comienza con un húmedo sábado por la noche, cuando su Charro Negro emprendió la gran aventura de pasar por los múltiples planos de la humanidad. Agradecido por la invitación a un fiestononón de mi compadre el Chinos-non-chinos-anymore, subella hermanita, orgullo y gloria de sus sacrosantos padres, cumplía quince pletóricos octubres encompañía de toda su canina bola de amistades. Entre ellos, se distinguían interesantes figuras delmedio social poblano, sendas botellas de güisqui y asaltadas botellas del ron menos pior, unoscanapés pa’ los mocosos y periqueras antreras acompañadas de sombreros tejanos de paja recubiertosde dulces aciditos y picosos. La velada arrancó con la llegada de una marabunta de barrosos apestosos a loción de su papá ypeinados y maquillajes improvisados que se aventuraban al submundo del salón de fiestassubterráneo que osaba ofrecer un clásico de clásicos en el argot de las festividades de dichageneración. Los padres de algunos, tíos, compadres y gorrones (entre ellos los amigos de mi compadre) fueronllegando en rigurosos trajes y vestidos de cóctel que se distinguían entre la malvestida multitudde mozalbetes que, babeando por las copas de daiquiri placebo, observaban también a las puerilescurvas de las acompañantes de la festejada.Al cabo de un par de horas, después de degustar los canapés, un video de la festejada vestida devaquera, un vals interpretado por Aleks Syntek y unos gritos despavoridos de emoción por elmomento, los amigos invitados por el Chinos, de ser el centro de atención y no por lo atractivosque éramos, sino por la ubicación de la mesa que el Truku-tru escogió para todos, fuimos removidosa la orilla con el resto de la senectud. Porque aparentábamos ser los puntos entre rayas de lafiesta. ¿La ventaja? Nos sirvieron el güisqui a nosotros, la cena formal nos tocó y no hubo quepelear contra hobbits vestidos de Arman Kids con media copa de cuba robada en la mano y dossentidos restados de su coherencia. Las cosas no marchaban mal hasta que por ahí salió un “discúlpe señor” disparado directamente a lafrente (amplia, por cierto) de mi compadre el Truku-tru, que fue la gota que derramó el vaso paradarnos cuenta de que definitivamente salíamos sobrando. El infierno (o como yo le llamo Pee-WeeLunchbox Hell) se comenzó a calentar. Los mocosos bailaban y cantaban al unísono con Daddy Jankie,las copas volaban y los whiskies a escasear. ¿Pedir ron? ¡Si los hobbits, ahora uruk hais ya se lohabían bebido! Entre ellos se preguntaban entre barridas vocales si olían a alcohol, si por algunamolestia les podíamos regalar algún bastoncito de cáncer, y en el peor de los casos, alguno deellos, valientemente, se aventó a invitar a echar “una quebradita” con la nena de alguno denosotros en nuestra senil banda. Por ahí la fiesta se prendió y no necesariamente con fuego o ambiente, pero sí con las luces delsalón puesto que en algún momento advirtieron terminar con la celebración, los dueños del lugar,si todo se salía de control. Dada la situación, mi compadre el Chinos salió al rescate de lafiesta tratando de hablar de razones con los dueños pero esto no fue exitoso puesto que la raíz denuestra truncada fiesta se debió a que una pequeña piara de rufianes adolescentes se hicieron depalabras y golpes con un pobre chavo del “valet parkin’” del establecimiento. Y todo por eso del“es que me vio feo…” que el empleado resulto más útil como costal de box que como el del puestoque se le asignó. Los demontres subían, bajaban, nosotros nos inmovilizábamos y hablábamos de victorias pasadascuando éramos invitados de quince años. Confiésome que en el éxtasis de esa edad, mi adoradopadre: El Hue-hue, me aventó desinteresadamente al ruedo como participante chambelán en algunacelebración de tal índole, sin pensar las consecuencias psicológicas que éste, su Charro conBotas, pudiese sufrir a largo plazo. Y nos vimos en algún momento reflejados en alguna parte de lafiesta con los chamacos que estaban ahí: fingiendo fumar, parados en la mesa, tirados en el suelo,vomitando fuera del WC, orinando las macetas. La pobre quinceañera quedó devastada, el maquillajese le corrió y pedía a gritos que Chanoc viniera al rescate. La cosa se apaciguó un poco y la música arrancó con el Caballo Dorado. Los asistentes se trataronde animar para ir a la pista. Pero pensando en las consecuentes torceduras de tobillo o unafractura de cadera, optaron todos que era mejor quedarse a pistear como los grandes (literalmentehablando). Una vez entrados en nuestra modesta pose, su servidor, con miedo a que abandonara la fiesta el OldTimers Team, decidió pedirle al mesero unas cuantas rondas de tequila. Grave error. Los vejetes de mis amigos y su servidor se empezaron a aflojar como los zapatos, con el alcohol ypláticas más coherentes: “La jodida victoria del Chivas”, “A poco se casó…”, “Te tengo unnegocio”, y el inolvidable “En mis tiempos” brotaron.No paró de fluir el restante tequila y los chavales perdían energía por la Gracia del Señor, perolos adultéporus rex estában en su apogeo. Cantaron, movieron un piecito para bailar, se empezaronabrazar y a espantar a la juventud con su comportamiento tan poco esperado. Irónicamente, era elmismo que los inocentes tuvieron en las dos primeras terceras partes de la fiesta. Y así, todos huyeron, nos prendieron las luces, nos clausuraron el tequila y nos enviaron a freírespárragos con doña Lucha en distintos lugares. Sin más energía, los longevos invitados fueronabandonando el recinto en pares o nones. Algunos a buscar antro, otros a dormir. En lo personal:yo busqué un rato el paraíso y un rato se me presentó (ahí luego les cuento…) y concluí con losplurinominales quince años por un rato. Agradezco la invitación, y les dejo la reflexión a losamigos y nuevos padres sobre si es necesario hacer pasar a sus criaturas por tan dolorosasituación. Por mi parte decido no dejarlos y ponerles a prueba, como a mí me tienen en este momento lasdisciplinas académicas y sentimentales, si la humillación, el alcohol robado, la limpieza devastos charcos de vómito al estilo griego, y el cargo del hospital del pobre valet son razón paraque criaturas tan hermosas, frágiles, llenas de esperanza y futuro se conviertan en esos gremlinsque pasearon en mi capítulo basado en la obra de Dante merezcan fiestón.