Carta a la Hipocrecía

Mi querida hipocrecía:
Te doy el menos cordial saludo y por medio de esta carta, te hago una invitación y aprovecho para contarte sobre lo que ha pasado en una conversación unilateral.
Hoy me reservé un espacio para los dos. Mesa con un par de sillas, una lista, una pluma, una escoba y unas bolsas para basura nos esperan a la orilla. Me he sentado, cándidamente a meditar la situación que persigue a cada personaje en la historia de un perdido que encuentra respuestas con señalizaciones de color café. Café como el color de tu interior, de lo que expulsas cada vez que haces algo, de lo que tienes en realidad en el alma.
Durante el cariño de una paciencia inmesurable, la garganta del tamaño de un viaducto, y las ganas de entender, me he dado cuenta de que he perdido tiempo. El tiempo nunca ha importado, claro, la vida sí. Y me resuelvo a evitar darte la satisfacción de otorgarte tranquilidad y paz ya que esta es una guerra que nunca va a terminar porque la marca que el hierro que usan para las reses ya nos dejó una prueba de que quema.
En realidad, he hecho el bíblico esfuerzo que requiere ser proclive al Alzheimer y dejar que las cosas se vayan borrando solas. Definitivamente no he desarrollado esa enfermedad, pero mucha gente a mi alrededor sí. Me da la impresión de que me costará mucho trabajo decir que todos los días vivimos en medio de la constante de pedir perdón o simplemente seguir haciendo mierda la vida de los demás. Todos los días, veo cómo los chacales se comen los restos del más débil de la manada, o del moribundo, o simplemente del inexperto en el campo, y en el mejor de los casos, al más vivo de todos. Me da asco, me da vergüenza, me causa abulia pensar que diario camino por el mismo prado. Al contarte siento cómo tus fauces se van afilando en tu comisura, donde tantos hijos no nacidos te has tragado en el borde del éxtasis coital con cuanto especimen se te ha cruzado por la mirada.
¿Tu gente sabe quién eres realmente? ¿Tu gente sabe cuántos medios comprueban tu escepticismo, tu apeste, el adjetivo que más describe tu verdadera identidad tetrafonética? ¿Te puedes dormir pensando que algún día alguien se te aceptará la condición de ser una forma de vida carnívora y carroñera que justifica su hambre con lástimas e historias más falsas que tu traje de oveja?
Durante nuestro encuentro he reservado para ti algunos platillos: la conciencia, la verdad y la penicilina. A estas alturas ya has de entender que fingir que uno pasta no significa que la carne no es sólo menester, sino placer, satisfacción y un merecido festín de sensaciones que siempre puede provocar el cambio de gusto culinario. Se nota hasta cuando te acuestas boca arriba.
He comparado mi ego, mi dignidad, mis ganas de aplastarte con el tamaño de tus colmillos, la amplitud entre tus estiradas extremidades, tu laxa pose de artista, de tu decepcionante y apestoso aroma ajeno. Varias veces me he tratado de dar el lujo de hacerte honores con mis mejores aliados pero nos da tanto asco pensarte que ellos se retiran a su lugar y se deciden a guardarse en un sueño más emocionante, como el de lavarse y hacer de un creativo, lo tangible de la imaginación.
Me enferma tu voz, me enferma tu cara, tus dientes, tu cabeza y tu pelo. Me eferman y siento que me sobra junto con tus imágenes mentales, físicas, tus trapos, tus accesorios, tus perdones tan fingidos como tus ojos al intentar justificar tus leitmotives para funcionar como puerta de hospital IMSS, y me estorba la marca del hierro hirviendo.
No he hallado la manera de deshacerme de ti hasta que mi justicia sea palpable. Me sobra tanto de ti que no quiero, ni deseo, ni pido que tus cuatro patitas sigan funcionando, y me dan ganas de vomitarte hasta no dejar ni una gota de ti en mi cabeza. Qué hipócrita es tu mundo y los de tu clase.
Me encanta la idea de pensar que mañana te despertarás pensando que esto ha sido una cena de tres tiempos que simplemente puedes desechar como un domingo cualquiera. Y que te irás de cacería con tu disfraz de oveja. ¿Sabes? Lo interesante es que en la próxima cena no estaré yo, ni en la misma mesa, ni con el mismo interés de pagar la cuenta, algún otro curioso caerá en la mesa y me hará el honor de compartir mi opinión sobre la lista, la pluma y el contenido de cada una de las hojas.
Las cebras, cebras se quedan, las rayas nunca las perderán y los chacales seguirán comiendo carroña, fírmame que no es cierto con la pluma. La carne siempre estará ahí llamándote, y tu disfraz lo usarás hasta que te lo lleves al fondo de la tierra donde los insectos harán de ti lo que tu hiciste de los demás durante tu ciclo.
Sería muy hipócrita renunciar a mi sentimiento, pero también sería muy hipócrita decirte que el humano perdona siempre, porque el humano no lo hace en ralidad. Y tú, animal, seguirás siendo un animal que no entiende, que sigue y vive como tal. Errar es humano, cierto... ¿te consideras parte de este género? Creo que no, el raciosinio no te lo permite.
Creo que es hora de barreré las cenizas que nunca hubieron, los restos de un remedo de ente, y mejor tachar de la lista que existes y que desistirás a dicha invitación.

No hay mayor deseo en mi abrazo mas que pedir que tu especie se extinga, aunque el mundo me quede solitario. No hay perdón para tus peticiones ni la misma hipocrecía.
-- Miguel

PD. La guerra seguirá hasta tu último palpitar